jueves, 21 de octubre de 2010

ESCRITOS de un HIJO (Luigi Kiener)

LA TERRAZA

Subir las escaleras, solo a tomar un respiro después de tanta pantalla. Girar la llave y abrir la puerta que nos lleva a un escenario solitario, calmo, y casi quieto como una pintura, una pintura que deja de ser lo que es para transformarse en una animación en cámara lenta, con el pequeño cambio del cielo y las desapercibidas maniobras de los escenarios tanto cercanos como lejanos. Después de cerrar la puerta sólo recorro las orillas de mi propio techo, la terraza, para poder observar un hermoso y llamativo atardecer con el que me he topado, digo topado como que fuera casualidad, pero no , la experiencia desde mi nuevo habitad me ha hecho saber que ésta es la hora donde en este lugar rápidamente accesible se puede apreciar una puesta de sol maravillosa, siempre y cuando la persona que lleva los ojos que nos permiten observar el fenómeno pueda meditar en su mente y solo dejar pasar todo lo que pueda pasar sobre ellos. Y así como quien descubre un nuevo mundo que explorar, me pongo a observar cada familia de instantes que forman el momento. Sólo permanezco quieto, calmo, como parte de la pintura, resonando con la soledad que me acompaña, mirando aquel horizonte anaranjado interrumpido por grandes construcciones, los edificios, que son estatuas con vida interna como unos grandes semáforos con cantidades de luces que se prenden y apagan desincronizadamente pero con una rara armonía, y el color del cielo que a medida que transcurren los segundos pasa de esa suave luminosidad a lo azulado y de lo azulado a la escala de los grises para adentrarse en la noche finalmente con la oscuridad de la misma que se impone, sin embargo junto con ese cambio aparecen tímidamente aquellas pequitas del cielo que consuelan con su brillo, las estrellas. Mirando el cielo, los pájaros que pasan, o las aves artificiales que también pasan cuando quizás quince minutos antes algún aeropuerto anuncia su salida y si miro hacia abajo…sobre las calles cercanas se ve claramente la gente y los autos, caminar, parar, seguir las indicaciones, sus obligaciones, nuevamente parar, seguir, curzar la calle, doblar, buscar, no encontrar, y seguir buscando, se puede ver claramente como dice una canción una coreografía sin fin, que renueva a sus participantes constantemente y como quien dice, nunca termina. Bueno, después de esto ya he renovado un poco el aire en mi interior, y decido retornar a mi vida cerrando la puerta de aquella pintura animada, y bajando las escaleras.

Autor: Luigi Ismael Kiener (Córdoba, Argentina)

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